viernes, 25 de febrero de 2011

Las fiestas Rave van de baja en el Poblenou


Luis Benvenuty / lavanguardia.es

La Guardia Urbana de Barcelona está acabando con la celebración de fiestas rave en el distrito de Sant Martí. Al menos con aquellas que se venían celebrando fin de semana tras fin de semana para molestia de los vecinos. Música tecno, miles de vatios de sonido, luces robotizadas, drogas de diseño... Todo ello marcó el devenir más reciente del Poblenou. Centenares de vecinos agradecen que aquella época quedara atrás.

Rave significa delirio. Explosiones de un movimiento contracultural que pinchó algunos de los mejores momentos de la música electrónica, que pretendía mantenerse al margen de la comercialización del ocio. De las colas de las discotecas, las copas a 9 euros, las listas vip... Y que por estas latitudes degeneraron hasta no reconocerse. Y es que lo que la policía municipal está asfixiando no es más que un lucrativo negocio clandestino vinculado al tráfico de drogas donde impera la falta de seguridad. Las últimas raves poco tienen que ver con las espontáneas y gratuitas de antaño.

“Sí, las raves tienen un origen contracultural y alternativo –explica el subintendente jefe de la policía municipal en el distrito–, pero a la postre, en Barcelona, se convirtieron en una fuente de ingresos nunca declarados para unos promotores de alto poder adquisitivo”. Las raves generaron en los últimos años un mercado negro de alquiler de naves. Hasta 500 euros por noche. A veces alquiladas por sus propietarios, otras subarrendadas. Y muchas ofrecidas por quienes primero las okuparon y usurparon. Lugares no acondicionados para acoger a centenares de personas.

Peligrosas ratoneras, como el octavo piso de un edificio fabril en Via Trajana al que sólo se accedía mediante un montacargas. O una cámara frigorífica en la calle Zamora donde se apretujaban más de cien personas. El nieto del propietario dijo a los agentes: “Se me ha ido de las manos”. Instalaciones eléctricas precarias y provisionales. Basuras acumuladas, sin puertas de emergencia. Tickets de entrada de entre 10 y 20 euros. Unos organizadores aseguraban que eran una oenegé y que la caja era para causas humanitarias. En una de las últimas intervenciones policiales, en la calle Bolívia, el pinchadiscos fue detenido por tráfico de drogas.

“Hace menos de un año había cerca de una veintena de lugares en Sant Martí donde se celebraban raves cada fin de semana. Hoy las fiestas son esporádicas”. El punto de inflexión, continúa el subintendente, es la nueva ley de Espectáculos de la Generalitat, una normativa que permite el decomiso de los equipos de sonido y la imposición de multas de hasta 150.000 euros. Hasta entonces, a no ser que se estuviera viviendo una situación de riesgo contrastado, poco podían hacer los agentes. Ahora los organizadores se lo piensan dos veces. Termina así una época de la historia no oficial de Barcelona.

El Poblenou, la pasada década, fue conocido en los ambientes contraculturales de toda Europa por sus raves, por sus delirios. El término nació en los cincuenta para referirse a las fiestas más salvajes de los beatniks. Las viejas naves del Manchester catalán fueron el lugar idóneo para celebrar aquellas fiestas espontáneas. Pero a medida que el Poblenou se remodela, llegan los nuevos vecinos y lo saraos underground se popularizan entre un público mayoritario, las raves chocan contra la normal convivencia y la contracultura se diluye en incivismo.

Las raves se convierten para muchos jóvenes en el modo más económico de pasar un fin de semana de excesos. De drogarse sin que nadie le llame a uno la atención. Impunidad a bajo precio. Una pintada en el espejo del baño de una de las naves intervenidas por la Guardia Urbana ruega a la gente que no lo descuelguen, que se preparen las rayas en la pila. Y los más espabilados lo ven claro. Las raves se convierten en un negocio. Mueren de éxito. Ahora centenares de vecinos, que han insistido a las autoridades durante años para que acabaran con su pesadilla, lo agradecen. Ya no hallan orines en sus portales. La música dejó de hacer vibrar sus tabiques de madrugada. Desaparecieron las peleas bajo su ventana.

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