DANIEL VERDÚ / elpais.com
Cuando todavía vivía con sus padres en Canadá, Richie Hawtin se encerró en el sótano que había debajo de la cocina con una Roland 606 para reescribir la banda sonora del ambiente que se respiraba en las fiestas de Detroit. 48 horas seguidas en las que su familia tuvo que dormir con tapones en los oídos para que el hijo sentara las bases de la música dance de la siguiente década. "El acid de 1993 empezaba a ponerse muy duro, agresivo y feo. Quería volver al acid de Chicago de la mitad de los ochenta". Y así, hace 17 años, nació Plastikman, su alter ego más íntimo y oscuro, una pieza fundamental de la joven historia de la música electrónica de baile renacida ahora con un discurso sobre la tradición.
Uno de los problemas de afrontar la electrónica retrospectivamente era la caótica superposición de estilos que se sucedían sin apenas reglas. Ahora, superadas ya algunas barreras y prejuicios, Hawtin ha recorrido medio mundo con un ambicioso show propio de estrella pop y ha lanzado Arkives, una reedición de toda su obra (plastikman.com/arkives) en una clara reivindicación de la formación de una tradición. "Te da una pequeña porción de la historia desde mi perspectiva, un relato sobre la fundación de esta música y de mi trabajo", explica por teléfono desde Filipinas.
Durante un año, Hawtin y su gente diseñaron una enorme jaula de leds que responde a los estímulos musicales y se comporta como un organismo vivo. Plastikman se encierra dentro y revisa delante de una media de 10.000 personas en cada actuación una obra que surgió en los almacenes abandonados de Detroit y que terminó de cristalizar cuando él y Minus (su sello discográfico) se mudaron a Berlín. "Quise ver el tamaño al que podía llegar un show de música electrónica. Aparte de los grandes como Underworld o Chemical Brothers, nadie hacía nada como un concierto real. Se perdía algo, debía haber algo más allá de un tío detrás de un ordenador".
El problema general de este tipo de actuaciones fue siempre el presupuesto. Aquí no. "Bueno, es dinero, sí. Pero también ambición. No soy de los que se queja de que nadie hace cosas, intento hacerlo y poner mi dinero donde mis palabras señalan. Cada año tengo una conversación con la gente de Sónar y me preguntan qué quiero hacer. No puedo decirles, '¿puedo venir y solamente pinchar?'. Tengo la habilidad, las ideas y la oportunidad de hacer más que tan solo lo mismo".
La jaula, ese encierro, dice él, simboliza la oscuridad y la soledad de la clausura a la que se somete para componer. "Plastikman siempre fue la versión introvertida y tímida del productor. Yo solo en mi estudio con mis aparatos, tan nerd como quisiera. Al cabo de los años, Richie Hawtin se convirtió en un ser extravertido que iba de fiesta con la gente... Por eso quería que se entendiera solo empezar que ese no era Hawtin. Es el hombre con la máquina, mi versión más pura".
Un regreso a la esencia en medio de la resaca de la burbuja que vivió el techno y los djs a finales de los noventa y comienzos de esta década. "Hubo un gran interés por descubrir la electrónica. Eso empujó a unos pocos hacia arriba muy rápido y creó el panorama de superestrellas que se disipa ahora. Hoy la escena forma parte de los jugos creativos. Hay muchísimos más artistas, más talento, ya no hay 15 o 20 buenos djs: tu vecino o tu mejor amigo son increíbles. Toda esa gente que estaba en la pista quiere estar ahora en el escenario".
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